El campo argentino es mucho más que vacas, trigo y soja. Es una fábrica a cielo abierto de alimentos, telas y biocombustibles. Un complejo sistema de inversión, planificación, producción, logística y transporte. La relación más estrecha entre el valor de un inmueble y su capacidad como factor de producción es la que suele establecerse entre la tierra y lo que de ella es posible extraer. En el país, uno de cada cinco empleos directos depende del campo.
Como toda empresa, el campo vale en función de la riqueza que es capaz de generar, pero con la desventaja de no estar protegido ante variables meteorológicas.
Las decisiones en los grandes negocios se toman detenidamente y con fundamentos para maximizar las oportunidades y no desperdiciar dinero. La incertidumbre con respecto a los cambios en el clima es un gran mal que todos los productores padecen, ya que un cambio brusco de temperatura no anticipada puede significar la diferencia entre una buena y una mala cosecha.
Los errores cuestan caro. Entonces, ¿cómo proteger un negocio tan expuesto y sensible a los cambios de temperatura? Aquí es donde ingresan las estaciones meteorológicas como alternativas viables.
Por ejemplo, una diferencia de apenas pocos milímetros de precipitación puede determinar el comienzo, o no, de una siembra; la información correcta y oportuna puede definir un tratamiento preventivo y evitar el ingreso y propagación de una enfermedad en el lote; el cálculo de punto de rocío y un sistema de alertas marcan la diferencia entre implementar o no la lucha contra heladas en producciones intensivas; el dato real de humedad ambiente nos define el momento más adecuado de cosecha.
¿Cuál es el valor y el costo de tener una estación meteorológica para controlar todo lo que pasa y pasará en un campo? En cuanto al valor, la información que una estación puede brindarnos está traducida en el dinero que luego vamos a ganar con una cosecha exitosa y manejada. Y hablando de costos monetarios, es más costoso no tenerla.
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