“La Argentina tiene grandes oportunidades como productor de biomasa (los alimentos son solo parte de ella), de ingresar a la economía del conocimiento de otra manera. Hay consenso de que no se puede seguir pensando en un país primarizado. Superar esa matriz económica no se dará solo por el mayor agregado de valor o intensificación y calidad de la producción, sino también por otras formas de producir”. Así lo sostuvo Alejandro Mentaberry, bioquímico, doctorado en Ciencias Químicas y especialista en biotecnología, con más de 30 años de trayectoria como investigador del Conicet y actual jefe del Gabinete Científico del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Desarrollo Productivo de la Nación (Mincyt), al dar el enfoque de su cartera sobre la situación actual y potencialidades de la bioeconomía como motor de desarrollo económico de la Argentina.
Fue en el Simposio Del Sur al Mundo en 2030, que organizó el Departamento de Bioeconomía, Prospectiva y Políticas Públicas de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (FAUBA), el 12 y 13 de abril, en el Centro Cultural de la Ciencias, CABA.
Señaló que el problema de fondo es que “estamos entrando en una etapa nueva de la humanidad, una ‘transición tecnoproductiva’, donde la innovación es continua”, y algunas de las innovaciones no se han consolidado como parte de un proceso de evolución del conocimiento tecnológico y de grandes transformaciones en la forma de trabajo humano.
Para Mentaberry, el valor agregado no es solo aplicar tecnología y tampoco se resuelve la transición si simultáneamente no se piensa en la sustentabilidad social y ambiental. Se trata de un problema no solo económico, sino tanto político como social, como limitantes del sistema de producción.
Respecto de los avances científicos, señaló: “Estamos creciendo a una velocidad inusitada que permite comparar genomas y funciones de genes, entrando en el diseño de la célula viva”. Y agregó que se dan nuevas tendencias en la investigación y la tecnología como la agroinformática, que analiza las tecnologías de captura de datos; la biología de sistemas, que pretende comprender las relaciones de causa-efecto de estos datos, y la biología sintética, que diseña metabolismos a partir del conocimiento adquirido.
En tanto, destacó que lo nuevo en ciencias es el diseño de la célula viva o biología sintética, por la cual se obtienen células artificiales con genomas mínimos, a fin de instalar sobre ellas nuevos genes con efectos especiales. Esto implica conocer cómo funciona la vida y permite introducir o eliminar mutaciones puntuales de los genes. Esto no es transgénesis sino modificación del genoma.
Estas técnicas genómicas ya aplicadas en pájaros, mamíferos y células humanas constituyen la tercera revolución en la biología. Van a permitir corregir enfermedades genéticas y alterar los efectos reguladores de los genes, con implicancias éticas muy fuertes. Abren paso a nuevas aplicaciones de la investigación que eran largamente buscadas: se puede “prender” o “apagar” un gen para una necesidad determinada, función que abre el camino a hacer modificaciones genéticas durante la vida del individuo.
En este contexto, la bioeconomía es un paradigma productivo que implica el incremento de eficiencia productiva, con mayor valor agregado, y la incorporación del concepto de biomasa (invento de la bioeconomía), el proceso de “cascada” de los materiales y el criterio de sustentabilidad social y ambiental.
La relación entre bioeconomía y tecnología es el nudo es la convergencia del nuevo tipo de tecnologías con las tecnologías tradicionales. En este sentido, Mentaberry precisó que “hay que dejar de pensar en la tecnología lineal de progreso infinito, que es una visión equivocada. Hay que verla como una red, y no como una cadena individual. Y la red tecnológica y económica se interrelacionan”.
Al respecto, explicó que al no haber la Argentina completado un proceso de industrialización convencional, hay que buscar cómo introducirla en la economía del conocimiento que influirá en el grado de desarrollo que tenga el país. “La bioeconomía es interesante, porque es la creación de valor a nivel territorial. Las economías regionales deben verse también como inserción de los territorios en el mundo. Hay que transformar esa idea en algo más autónomo, respecto de cómo se plantea el conocimiento en el mundo. En este aspecto, tenemos una inmensa posibilidad de transformar el país”, opinó.
Por otra parte, reconoció: “El sistema de investigación ha madurado en el país. Hemos logrado capacidades en todos los campos críticos de la biotecnología, que no es solo la transgénesis y tiene 20 campos más. En 1989, la Argentina se planteó su rol en la biotecnología. Es un terreno clave para el país. La bioeconomía ya abarca el 15% del PBI, lo que se logró por generación espontánea y sin políticas articuladas (mencionó los casos de Bioceres, Indear y la alianza INTA Litoral – Conicet). Si se lo hiciera con cierta planificación y articulación, mejoraría mucho más la actividad de este sector clave”.
Por último, sostuvo Mentaberry que “la Argentina no tiene una sola bioeconomía, sino varias vinculadas con sus distintas culturas productivas. Hay que entender las regiones e introducirse en ellas. Se está generando una agenda regional de temas y hay mucho entusiasmo por parte de las provincias para ordenar su territorio y vincularlo inteligentemente. Hay demasiados espacios vacios para no poder organizarlos. Es algo estratégico”.
(*) Acerca de la Bioeconomía
El nuevo paradigma de la bioeconomía comprende a las actividades económicas basadas en la producción y transformación sostenibles de la biomasa renovable en alimentos, energía, productos medicinales, materiales y productos químicos para la industria y la agricultura. El desarrollo de empresas en la bioeconomía, los bionegocios, es una prioridad estratégica para la mayoría de las naciones del mundo porque permiten, por un lado, reducir la dependencia en petróleo y, por otro, atenuar el impacto ambiental de la actividad humana.
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