Rodolfo Rossi, presidente de la Asociación de la Cadena de la Soja Argentina (Acsoja); Alberto Rodríguez, titular de la Cámara de la Industria Aceitera de la República Argentina (Ciara) y el Centro de Exportadores de Cereales (CEC); Luis Zubizarreta, presidente de la Cámara Argentina de Biocombustibles (Carbio); y Mariano Turzi, de la Unviersidad Torcuato Di Tella, dieron sus visiones sobre el complejo agroindustrial oleaginoso, en el marco del simposio Mercosur y China más Países Árabes en 2030, Estrategias en los Negocios para un Mundo en Desarrollo, organizado por el Programa de Agronegocios y Alimentos (PAA) y la Cátedra de Agronegocios de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (Fauba) los días 13 y 14 de abril.
Rossi recordó que la soja es el cultivo que más se siembra y más ingreso de divisas le produce al país, aunque admitió que “ocupa un área muy grande y en parte no es demasiado sustentable seguir con esta proporción de cultivos”, sin dejar de destacar que “son espectaculares todos los progresos que este cultivo ha producido fundamentalmente en el interior del país”. La gran diferencia de la soja con el resto de los cultivos es que tiene 40% de proteína y 20% de aceite. Es protagonista de un gran cambio en la producción y consumo a nivel mundial, donde también crecieron los aceites de palma y canola.
Destactó también que el flujo del comercio de soja en el mundo es muy directo. La producción de América Latina y los Estados Unidos es traccionada por la demanda del Sudeste Asiático y Europa, demanda que cada vez más se abre a países de distintos continentes. “Es el mejor ejemplo de globalización: un mundo que demanda y depende de la soja y otro que responde, satisfaciendo esa demanda», sostuvo.
Rossi precisó que, además de su alto contenido de proteína, su mérito es que también puede consumirse en estado natural. Un 7% de la producción se consume como pan, café, milanesas y otros alimentos de soja. Hay una gran cantidad de industrias y procesos tecnológicos que están detrás de los usos comestibles de la soja impulsados por China, los Estados Unidos y Europa. El crecimiento del mercado de productos de soja es exponencial. En los Estados Unidos, en 1999 representaba u$s2.000 millones mientras que actualmente llega a u$s10.000 millones.
Además de los múltiples usos comestibles, la soja tiene más de 1.500 usos industriales, que abarcan desde el biodiesel hasta la lecitina, que es uno de los mayores componentes de la cadena alimenticia en la elaboración de muchos alimentos. “Según un estudio realizado en los grandes supermercados de la ciudad de Rosario, en la Argentina hay 1.018 productos que contienen soja o algún subproducto, como la lecitina de soja, líder como ingrediente de alimentos envasados. Consumir más soja tiene beneficios para la salud humana, en aspectos cardiovasculares como en la prevención del cáncer”, señaló Rossi.
Otros nuevos usos se dan en la industria oleoquímica, a través del uso de lubricantes formulados a base de aceite de soja. Aquí el beneficio no es solo ambiental, sino que también se da en cuanto a propiedades que el aceite de soja tiene para el mejor funcionamiento de ciertas máquinas.
El sistema de agronegocios de soja es un complejo de contratos entre 277 mil actores que articulan oferta con demanda, con un fuerte impacto regional, que abarca el marco institucional, investigación desarrollo y extensión, el sistema comercial, transporte y logística, el sistema financiero y los seguros.
En el período entre 2002 y 2013, el crecimiento del consumo de proteínas en el mundo ha sido muy marcado: en América del Norte, 7,5%; América Central, 29%; América del Sur, 32,2%; Asia, 50%; y en África, 70,2 por ciento.
El crecimiento de la superficie de soja en la Argentina fue explosiva (llega a 20 millones de hectáreas) a partir del desarrollo de la soja transgénica. La producción no aumentó solo por mayor superficie, sino también por los mejores rendimientos. Esto se logró en un 65% por el desarrollo genético y la biotecnología, y también por mejoras en las prácticas agronómicas y por la interacción entre ambas.
Rossi dijo: “El objetivo actual es generar más producción con menos recursos y evitando dañarlos al producir. Es lo que se llama el factor de productividad. En este sentido, hay que tener en cuenta que en 2030 América Latina producirá el 60% de los alimentos que se comercien en el mundo. Nuestra responsabilidad es muy fuerte y tenemos que hacerlo aumentando el factor de productividad”.
El presidente de Acsoja destacó que el mejoramiento genético es una de las herramientas para lograr mayores producciones que satisfagan las mayores demandas de las próximas décadas. Señaló que, actualmente, se define a la genética como un conjunto de principios científicos que abarca una gran cantidad de tecnologías, que la hacen mucho más compleja y cara, y de la cual como país no podemos prescindir. “Allí figuran herramientas tan nuevas con el manejo molecular y los eventos transgénicos, que en la Argentina las desarrollan mayoritariamente la actividad privada, que requiere un reconocimiento. El país carga con la pesada mochila que no se respeta la propiedad intelectual, al no estar la legislación actualizada. Estamos ante el gran peligro que el trabajo que se ha hecho no pueda continuar”, advirtió.
La industria
Por su parte, Alberto Rodríguez, presidente de Ciara-CEC, recordó que la Argentina, desde 2013, es el primer exportador mundial de aceite de soja (68%) y de harina de soja (52%); es el tercer exportador mundial en aceite y harina de girasol; y el segundo en aceite y harina de maní.
En aceite de soja, la India es el primer destino (24%) y le sigue China (15%), mientras crecen otros destinos como Irán. En harina, Europa es el mayor destino, aunque año tras año disminuye el volumen de exportaciones. En 2013 fue de 32% contra 49% de 2012.
En cuanto al poroto de soja, China acapara casi la totalidad de las exportaciones argentinas. Las ventas externas del sector oleaginoso aportan el 26% de las divisas que ingresan al país, proporción que sube a 37% si se incluyen las exportaciones de cereales.
Por otra parte, el directivo destacó que el complejo oleaginoso nacional invirtió u$s700 millones en fábricas y puertos entre 1994 y 1998; otros u$s770 millones entre 2003 y 2006; y otros u$s1.230 millones entre 2007 y 2012; llegando a un total acumulado de u$s2.700 millones. Es uno de los sectores que más ha invertido en nuestro país.
Así, el sector cuenta con una capacidad de molienda de 64 millones de toneladas por año, y actualmente tiene una importante capacidad ociosa. El polo exportador del Gran Rosario abarca en un radio de 300 km a la redonda el 50% de la producción, el 80% de la capacidad de molienda y el 90% de los puertos.
Entre los puntos críticos que aquejan al sector, Rodríguez señaló la capacidad ociosa que aumenta persistentemente (de 44 días en 2000 pasó a 94 en 2013), el estancamiento de la producción, la exportación de granos sin elaborar, la imposibilidad de procesar granos de otros orígenes y la demora de más de 6 meses en la devolución del IVA, lo que genera un crédito fiscal de unos $1.000 millones para el sector. También, la demora en la habilitación de puertos e inversiones en forma discrecional, el crónico déficit de infraestructura vial y ferroviaria para acceder con la mercadería a los puertos y fábricas y el proteccionismo de los mercados internacionales.
En cuanto a las necesidades, citó la promoción de productos con mayor valor agregado, un adecuado diferencial de derechos de exportación que compense las asimetrías con países competidores, y especialmente la compensación de las retenciones considerando el valor agregado. Al respecto, se quejó de que la exportación de aceite refinado envasado tiene la misma retención que el aceite crudo.
Biodiesel
En tanto, Luis Zubizarreta, presidente de Carbio, explicó que el precio de la soja ha subido por la demanda de harinas proteicas, pero el aceite tuvo un comportamiento mucho más estable. “Al mundo le sobra aceite -dijo-. En 2010, China, principal cliente argentino por muchos años, dejó de comprarnos aceite y afortunadamente apareció la India, a la cual tuvo que vendérsele aceite de soja a menor precio para competir con el aceite de palma. Y lo que sobró se transformó en biodiesel, accediendo al mercado de la energía«.
«Actualmente, la Argentina tiene capacidad para producir 4 millones de toneladas de biodiesel, que es casi la mitad de la producción de aceite que se exporta. Esto implicó inversiones por unos u$s1.500 millones y mano de obra directa e indirecta para unos 6.000 empleados”, agregó el directivo.
Zubizarreta explicó que el primer objetivo de la industria fue la fabricación y exportación de biodiesel a Europa, por tener corte obligatorio. No obstante, desde 2011 la industria europea se sintió afectada y comenzó un proceso de restricción que culminó en 2012 con al imposición de aranceles por un presunto dumping que no existe. La salida al problema fue ingresar en el mercado tradicional frente al gasoil. El impacto del arancel europeo significó ventas externas estancadas y que en 2014 la capacidad ociosa fuera del 42% y se perdieran exportaciones por u$s2.500 millones.
Actualmente, con la baja del petróleo y el gasoil es muy difícil competir con esos precios, tanto en el mercado interno como en la exportación, con lo cual el sector está nuevamente en crisis y con una perspectiva no muy alentadora.
¿Es posible una OPEP de la soja?
Mariano Turzi, especialista en Relaciones Internacionales y Estudios Estratégicos de la Universidad Di Tella, explicó que al planteo comercial y económico de la producción y exportación de agroalimentos debe agregársele la dimensión política de poder internacional. Citando al director del Simposio, Fernando Vilella, quien dijo que “quien domine el flujo de la soja va a dominar la alimentación global”, señaló que hablar de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) de la soja es una provocación para los actores de la actividad agroindustrial. Explicó que el siglo XX, los Estados Unidos ejercía la primacía económica del mundo, basándose en parte en el poder del petróleo. Así, los países del Golfo Pérsico tomaron una importancia geopolítica que no tenían, no por una acción deliberada sino por el recurso que poseían.
“Actualmente, en el siglo XXI, con un mundo centrado en China o Asia emergente y con un recurso como la soja y sus derivados, habría que preguntarse qué relevancia geopolítica cobrarán los países sojeros. El control de un recurso agroenergético como la soja es clave para la relevancia geopolítica internacional. Hay que traducir importancia económica en influencia política, en poder efectivo real”, dijo.
Para Turzi, hay que conjugar el escenario internacional con el doméstico. La oportunidad internacional se articula fuertemente con el modelo de desarrollo interno. Este modelo afecta lo económico, lo cualitativo y la política en cuanto al control del recurso que tendrá un impacto importante sobre el tipo de régimen que tenemos. En el siglo 20, la relevancia geopolítica del recurso sobre los países petroleros actuó como un freno a la democratización de esas naciones.
La pregunta que se plantea es el tipo de espacio político que tendrán las diferentes fuerzas en la Argentina que viene. Esto es así porque los recursos naturales o materiales son nacionales. La política y el Estado harán que lleguen o no a la sociedad. Aquí la sociedad, a través del proyecto político que gobierne, le dará al Estado y la actividad privada un lugar determinado a esos recursos. Esto es importante para calcular rentabilidad, costos y diferentes opciones para el sector. Es un proceso socialmente construido y políticamente definido. Como ejemplo, Turzi sostuvo que «se puede tener petróleo y ser Nigeria o Noruega», de acuerdo a las decisiones que se tomen.
“¿Qué va a significar entonces ser la Argentina, en materia agroalimentaria?”, se preguntó Turzi, al tiempo que agregó: “(Va a depender) de dos cuestiones muy simples: voluntad y capacidad. De qué se quiere hacer a nivel estrategia, es decir, cómo se interpretan los cambios internacionales y se los sintoniza a nivel del interés nacional, concepto este que está procesado por las propuestas políticas».
«Pero las voluntades y capacidades de los sectores públicos y privados pueden transformar por inacción los riesgos en amenazas -adviritió-. Y también transformar las fortalezas en oportunidades. Las oportunidades no están en el mundo, se construyen. Es decir que hay que transformar contextos favorables en oportunidades. Porque las oportunidades de negocios y la posibilidad de avanzar en el interés nacional no está afuera del país, hay que buscarlo y construirlo”.
En este sentido, el mundo actual es mucho más demandante porque el poder está distribuido y hay una tendencia hacia la difusión, la interdependencia y la complejidad. El interrogante es la institucionalidad internacional. La OPEP, en el siglo XX fue solo un mecanismo institucional que eligieron algunos países que tenían el recurso para avanzar en una agenda particular. “Hay que pensar de qué manera se van a vincular actores, arenas y áreas de la misma cadena de la soja. En la arena de la cadena, los socios pueden ser rivales, cooperar y competir a la vez, a niveles regional y global», opinó el experto.
También, dijo, hay distintas áreas. Si se convierten los eslabones de la cadena productiva en escalones de poder, todas las ganancias de la cadena van a generar diferentes capacidades institucionales y productivas, estatales y privadas o público-privadas.
“El poder no es solo la capacidad de imponer sino de reconocer las ventajas estratégicas, quienes son socios y hasta qué punto. Se requiere una sintonía muy fina, con análisis prospectivo del escenario internacional, pero también flexibles incluyendo eventos de alto impacto y baja probabilidad que podrían revertir las tendencias”, cerró.
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