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Equinos

20/09/2019

Tropilleros y el señor de los caballos

Guillermo Duarte combina la ciencia veterinaria con los caballos. Con paciencia, compra animales de descarte a los que suele encontrarles una nueva vida.
"Las tropillas tenían su razón de ser. Acompañaban a los jinetes en las recorridas y permitían cambiar de monta cuando era necesario".

«Venga, venga, venga…tranquilos… vamos….venga, venga»... las órdenes son claras, a tono medio pero con voz firme. Guillermo Duarte está en el medio del corral armado con caños plásticos y vocea a su tropilla para que avance siguiendo a su madrina en un tandem acompasado. Cada tanto un potro se rezaga y luego vuelta a empezar. La campana no deja de sonar en el cuello de la yegua madrina y los potros trotan, trotan siguiendo el rítmico sonido de la voz y del badajo. «Esto necesita mucha paciencia», dice convencido Duarte, que llega a su campito un día de julio y comienza a juntar la manada.

Tropillero, de corazón. En menos de quince minutos los tiene a todos encerrados y arranca su explicación sobre los orígenes de las tropillas. «Antiguamente, la gente salía a recorrer el campo, y al llevar a la yegua madrina cerca, se aseguraban ir cambiando la monta cada vez que lo necesitaban, en parte porque hacían largas distancias hasta otros campos», dice con admiración. «A mi los caballos me gustaron toda la vida. Primero mi abuelo se dedicó a la actividad, después mi viejo y ahora yo. A mí me hubiera gustado que mi abuelo me enseñara más todo lo que sabía, pero no tuve esa suerte, se murió cuando yo tenía 10 años…y esas cosas del destino, no quería que sus hijos (ni sus nietos) se dedicaran al campo. Prefería que estudiaran», dice resignado. Pero lo que el abuelo Romualdo no dejó con hechos, lo dejó en la sangre. Dicen que los genes se suelen expresar en las terceras generaciones, y Guillermo Duarte es buen ejemplo, porque el amor por los caballos le viene en el ADN.

Veterinario de profesión. Duarte es Médico Veterinario en Huanguelén, partido de Coronel Suárez desde hace más de 20 años. Trabaja a campo haciendo clínica general «perro, patos, vacas, lo que sea», admite sonriente. «Cuando uno decide instalarse en un pueblo como éste debe recurrir a la actividad general y estar disponible para todos«, explica.

Los días pueden ser muy largos y claramente sin horarios para un veterinario rural. En invierno arranca sobre las 7 AM y muchas veces tiene visitas programadas, pero siempre aparecen urgencias. «Estamos en pleno ciclo de pariciones así que muchas veces me llaman para partos complejos, distocias, cesáreas, en fin, nacimientos que se complican».

Después, a partir de octubre comienza la temporada de vacunación contra la aftosa. «En menos de 3 meses en la campaña grande que son adultos y menores vacuno unas 25.000 cabezas», dice. El resto del tiempo se dedica a su gran amor, los caballos.

«Hoy tengo unos 100 más o menos. Me gusta domarlos de abajo (sin montar) cuando son jóvenes y en algunos casos cuando vendo me pagan con caballos, en general de descarte. Ahí empieza otro trabajo que es reeducarlo, porque a veces son animales que tienen todavía posibilidades de volver a la actividad, tanto trabajo como deporte. Es más, tengo uno de 19 años que todavía lo hago jugar al Pato», dice. Para Duarte la alta exigencia de algunos deportes lleva a descartar animales que todavía tienen mucho para dar. Pero, con el avance de la agricultura cada vez hay menos caballos en los campos. «La ganadería de cría es la actividad más demandante de caballos para trabajo, pero las estancias grandes también hacen sus ajustes y van sacando los caballos más mañeros, que son bravos para la actividad», recuerda.

DOMA Y TIEMPOS. Puede ser que en el imaginario popular se piense en un caballo y este aparezca listo para montarlo. Lejos de esa idea, el camino es largo. «Arranca con 11 meses de gestación y un par de meses previos de servicios. A los 2 años y medio recién el caballo se puede empezar a domar. Previo se lo puede agarrar, amansar de abajo, pero no montarlo. Luego, un período de doma completo puede llevar dos años», estima Duarte, pero recuerda que a los tres meses de la doma el caballo aprende el ABC, en definitiva se lo puede montar.

«Después tiene que madurar, precisa un tiempo de soltura y volver a montarlo hasta cumplir el año para terminar de domarlo». Por otro lado, los que van a realizar una disciplina requieren un par de años más de educación, lo que puede llevar hasta unos 6 años. Pero como dice Duarte, «Si no hay lesiones graves, puede vivir y trabajar muchos años». Así, paciencia y tiempo son los aliados de este «rescatista» que busca devolver a los caballos al circuito comercial. Porque como el dice, «al caballo malo, nadie lo quiere comprar», mientras abre el corral para que la tropilla vuele a la libertar de su campito.

CUALIDADES PARA COMPRAR. Cuando un productor está decidido a comprar un caballo para trabajar, Duarte dice que hay características insoslayables que debe considerar, la fudamental: la mansedumbre. Sin embardo dice que no sólo eso. «Además, que se pueda enlazar un animal, que responda a las cosas indispensables que necesita un jinete como que doble, que pare, que avance con la mano que uno quiere y que esté sano de aplomos, que se pueda largar dos o tres meses y que al volver a agarrarlo se lo pueda volver a montar», explica en pasos prácticos y recuerda que «hay razas que lo permiten más fácil y otros no. Por ejemplo, a los caballos mestizos de deporte les molesta la cincha, con lo cual cuando se los larga dos o tres meses y luego se los vuelve a montar el animal se puede retovar y salir con ganas de hacer algo que no corresponde. Pero hay que usar la paciencia«, recomienda.

Duarte en esencia es un reeducador de caballos. «Reeducar es poder andarlo a ese animal. Los que van domando trabajan con tandas de 50 o 60 animales, entonces los que no se adaptan los descartan. Por ahí, un caballo que le lleva más tiempo aprender, no se olvida más», dice este veterinario que avanza decidido entre su manada de excluídos.

Por María Lorena Rodríguez para Super CAMPO.

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