El actual debería ser el año del maíz argentino. En este año se generó una oportunidad histórica, tangible y real, con mercados internacionales exacerbados por la situación climática estadounidense, dando a nuestro país, segundo exportador mundial, ubicado en el Hemisferio Sur, la posibilidad de estar en primera línea para aprovechar a pleno esta oportunidad desde la estratégica posición de producir en contraestación.
La decisión de los productores para volcarse de lleno a encarar una campaña acorde a la magnitud de las circunstancias, radica en encontrar la confianza que generaría un mercado fluido y que diera la certeza de poder comercializar durante todo el ciclo productivo, ayudando a financiar los costos necesarios para la implantación. Esta financiación es necesaria luego del fuerte impacto producido por la generalizada sequía estival, que redujo sustancialmente la capacidad de encarar una campaña en un contexto de altas tasas de interés.
Sin embargo, según cálculos realizados por los Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola (CREA) se advierte que, pese al reciente anuncio de liberación de 15 millones de toneladas de maíz para exportación, persisten los descuentos en los precios que reciben los productores, entre otros factores, por la incertidumbre sobre las reglas que regirán el comercio de maíz a medida que avance la campaña. Un mercado no transparente, cuotificado, que se mantiene así aún luego del anuncio oficial, genera desconfianza entre los agricultores y juega en contra de la gran siembra necesaria para aprovechar la oportunidad internacional y abastecer con comodidad al mercado interno.
IMPLICANCIAS. Si se diera un escenario productivo sin descuentos para el maíz, que permitiera apuntar a una superficie de siembra a 5 millones de hectáreas (similar a las del año pasado) por la generación de confianza en los productores, con un rendimiento de 7,8 toneladas por hectárea no es descabellado pensar que se podría alcanzar una producción superior a 31 millones de toneladas. No toda la superficie de maíz termina cosechándose, ya que una parte se utiliza para la ganadería y el producto de esa superficie no entra en la cadena comercial.
Esa área de siembra impactaría en forma positiva en la inversión global y permitiría aprovechar la capacidad instalada, el conocimiento y las redes de las distintas regiones productivas y de los diferentes eslabones de la cadena comercial.
Una producción de esa magnitud generaría una gran cantidad de dólares que se necesitan. En efecto, por cada hectárea de cereal con un rinde de 7,8 t/ha y con el precio FOB de los últimos 7 días generaría un ingreso de 2231 U$S/ha, contra 1792 U$S/ha de una soja de 2,9 t/ha. Este sería un ingreso real de divisas para la nación, producido por los agricultores.
Si se liberara completamente el mercado de maíz se produciría un círculo virtuoso de mayor producción global, pero también mayor generación de trabajo. En efecto, una hectárea sembrada de maíz requiere 250 U$S/ha más que una implantada con soja, a lo que se deben agregar más de 150 U$S/ha adicionales por fletes y servicios.
Para que esta posibilidad se concrete hace falta, además de anuncios que permitan vender ahora una parte del maíz a precio cierto, una política comercial transparente permanente, que posibilite tener certeza sobre la venta del grano durante la cosecha en 2013 y en los meses posteriores.
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