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Nabo.

Si nos guiáramos por su nombre, seguramente no lo incluiríamos en nuestra alimentación. Pero este nuevo amigo trae muchos beneficios de regalo. Si bien por su aspecto podríamos decir que es pariente de las zanahorias, el nabo es una hortaliza de la familia de las crucíferas como las coles, los repollos y el kale. Podemos encontrarlo también bajo el nombre de berza, colinabo y nabiza, entre otros.

El nabo posee grandes cantidades de agua, muy pocos hidratos de carbono y es una buena fuente de fibras, por lo cual es un buen aliado para quienes necesiten restablecer las funciones intestinales o padezcan estreñimiento.

También aporta buenas cantidades de vitamina C, que además de ser un potente antioxidante, refuerza nuestro sistema inmunológico, beneficia la formación de colágeno y glóbulos rojos y favorece la absorción de hierro.

Otro aporte beneficioso es su alto contenido de folatos, que promueven la producción de glóbulos rojos y blancos y participan en la síntesis de material genético.

En cuanto a los minerales que posee, podemos destacar al potasio, tan necesario para una actividad muscular normal; el yodo, indispensable para el buen funcionamiento de la glándula tiroides y la regulación del metabolismo; y el fósforo.

Tiene un gran efecto diurético y protector de las vías bajas, por lo que es aconsejado su consumo en sopas e infusiones para personas con problemas del tracto urinario.

Por su elevado efecto alcalinizante y depurativo de la sangre, muchos estudios lo han encontrado beneficioso para la lucha contra algunos tipos de cáncer, ya que es sabido que las células cancerosas se reproducen mejor en un medio ácido que en uno alcalino.

Es importante tener en cuenta que sus hojas también pueden ser utilizadas en la cocina, y son tan nutritivas como el nabo.

FUENTE: Mariana Bisso, de Cocina Mona, exclusivo para Sabe la Tierra.