Según explicó a Télam la doctora Ana Zimerman, la posibilidad de tener a disposición verdura fresca permite «mejorar la calidad de vida y mantener una dieta más racional» para los invernantes. El proyecto tiene algunas restricciones adicionales a las que tiene un proyecto de cultivo hidropónico en suelo americano, ya que «se necesitan semillas hibridas pretratadas para evitar pestes habituales».
Además, si bien el agua utilizada es «ciclada», no puede descartarse como efluente y ese residuo debe convertirse en un sólido que pueda ser replegado desde la Antártida. En principio un biólogo invernante podría conseguir, con relativa facilidad, plantas de lechuga, tomate y cebolla.
Entre quienes han vivido en la Antártida el consenso es total: si el invierno es crudo y el avión no puede llegar, se genera una gran ansiedad por comer verduras frescas.
el ser humano siempre logra lo que se propone!!!